A Manuel Areán, párroco y amigo

Hasta Madrid ha llegado la pena que invade a nuestro querido San Clodio. Parece ser que a nuestro párroco Manuel le trasladan a otra parroquia, queremos desde aquí adelantarnos al homenaje que en los próximos días le quieren brindar las gentes del pueblo y al que espero, asimismo, unirme.

Querido Amigo: Ya San Pablo había dicho a los romanos que los caminos del Señor son inescrutables. Él, mejor que nadie, supo en sus propias carnes lo que significaba recorrerlos para llevar el mensaje de Cristo. No soy nadie para decirte que te quedes, tu obispo sabrá mejor el lugar donde has de proclamar la palabra de Dios, pero como feligrés, me uno a la parroquia para expresar mi pena por tu próxima partida.

La pena de San Clodio es la alegría de Chantada (aunque en estos momentos no sé si son conscientes de ella), pero un seguidor del Evangelio como tú, sabe por experiencia que la alegría está reñida con la felicidad. Tú, allá donde te encuentres, eres portador de la felicidad que da Cristo, aún en las penas que da la vida. Esta es una verdad que has ido revelando día a día, en estos diez años que nos has acompañado. Tu ejemplo y amor incondicionado a las gentes que te rodean hablan por sí mismos.

Si el egoísmo me pide ser uno más en la carta que el pueblo ha enviado al Sr. Obispo, con el fin de que reconsidere tu traslado, el altruismo que reclama nuestra fe me exige el silencio. Silencio que tú mismo te impones, ante el deber de obediencia a la Iglesia que un día te concedió la sagrada orden del sacerdocio.

Sé lo bien que te encuentras entre nosotros (permíteme que desde la distancia me incluya), pero también sé, o más bien adivino, que tus nuevas obligaciones pueden exigir estos cambios, amén de la imperiosa necesidad de obreros para el Evangelio. Y tu carisma y entrega, solo Dios sabe los cambios que te depararan en la Iglesia, hasta alcanzar el destino final que Dios te tiene reservado y que espero sea a pesar de tu humildad, tan grande como merecido.

Lo que has sembrado en estos años entre tus feligreses daría para escribir un libro. No voy aquí a recordar tantas y tantas vivencias: no son los actos lo importante, sino la actitud de paz y amor que siempre has mantenido, tanto en lo bueno como en lo menos bueno. Cierto que has sabido llevar el Evangelio, como buen pastor en toda situación: en la Iglesia, en la cultura, en la amistad, en las fiestas, o en las sentidas oraciones de las Eucaristías.

Tus homilías siempre salen del corazón. Y créeme que es de agradecer. No recuerdo en ningún momento que tras escucharte, me haya cuestionado eso que tantas veces me pregunto en otros lugares ¿Qué ha dicho? Tu palabra, como la del buen sacerdote de Cristo, que eres, siempre se ha encarnado en situaciones concretas para hacernos comprender y revivir el Evangelio. De hecho, han sido parábolas conforme a los signos de los tiempos.

Querido amigo, aunque el deber te lleve a otros lares, recuerda que en éstos has dejado marcada la huella de Cristo. Y al igual que entonces, seguimos siendo los del camino, y confío que en él, te volveremos a encontrar. Creyentes como tú, son los que en el camino de la vida, encarnan el misterio y hacen que los ciegos de todos los tiempos comencemos a ver.

Un abrazo y hasta siempre.

Constantino Quelle